Eduardo Úrculo y la figura del viajero

La  imagen  del viajero,  ya sea paseando, vagando frente al mar u observado absorto el infinito, permanece enraizada a nuestro imaginario colectivo gracias, en parte, a la literatura y filosofía surgida durante el Romanticismo que cultivó con verdadero entusiasmo el carácter intimista y subjetivo  que desde entonces impregnó su relato.

De hecho, la herencia romántica ha perdurado  hasta llegar a nuestros días mediante multitud de artistas que han encontrado en la figura del viajero una forma de autorreferencia, cuyo viaje se transforma en una alegoría del periplo que vive el propio artista. Desde Friedrich y su “Caminante frente al mar” han sido muchos los que han adoptado y adaptado la formula narrativa del  viajero que, siempre de espaldas, observando ensimismado  el paisaje, encarna la idea de ese eterno viaje introspectivo con el que la figura del artista se identifica.

En este sentido y pese a su aparente oposición, la obra de Eduardo Úrculo  se acercó durante los años 80 a esta visión romántica a través de las lecturas de la obra de  Charles  Baudelaire o Verlaine, pero también de pintores que, como David Hooper, impregnaron la concepción del viajante  de un aura nostálgica e introspectiva.

Será a partir de entonces cuando la pintura de Úrculo virará hacia una temática de carácter más narrativo, en la que la soledad del hombre moderno, encarnada en  la figura del viajero errante, llenará sus composiciones. En este sentido la obra en licitación forma parte de este gran ciclo de pinturas que en sus manos se convierten en  alegorías del propio viaje creativo del artista.  La pintura, presidida por sus  inconfundibles hombres de espaldas que ataviados con gabardinas y sombreros observan expectantes la ciudad que se eleva ante ellos, hereda de la obra de Hopper ese “silencio poético” que se desprende de una estética de lo contemplativo.

 “El viaje es la memoria a cuestas, con todas sus esencias y perfumes, circunstancias y sustancias” Eduardo Úrculo.

Lote 35301590. «Conspiración en Nueva York», 1998.

En efecto, Úrculo se encuentra entonces en una etapa que podríamos llamar de introspección, en la que la  visión del viaje ya fuera por el mundo o por su interior se plasmará mediante una figuración de simplificado realismo cuya narrativa resulta tan nostálgica como misteriosa e inquietante. En lo estrictamente pictórica, los contrastes cromáticos acusados, la economización de formas y la dramatización de luces y líneas que estructuran el espacio, dan luz a una imagen que Úrculo convirtió en uno de los mayores iconos de su producción.

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