Procedentes de una colección privada conformada por auténticas piezas de museo, Setdart reúne en la categoría de Alta Época obras maestras de figuras estelares de distintos periodos y lugares: del Renacimiento italiano, del Rococó napolitano, del Barroco madrileño y del Romanticismo danés.
Citemos en primer lugar Retrato de niña, de escuela italiana, perteneciente a un periodo de transición entre el Renacimiento y el Barroco, pero en la que aún se aprecian las fórmulas retratísticas del Cinquecento.
Resuelto con técnica virtuosa, de pincelada prieta, el retrato deviene una auténtica pieza de orfebrería. Cabe parangonar este lienzo con los retratos de la realeza que llevó a cabo la pintora Sofonisba Anguissola. Más concretamente, conviene compararlo con el retrato de Isabel de Valois, esposa de Felipe II, encargado a la pintora de Cremona cuando fue su dama de honor.
Véanse las concomitancias estilísticas y compositivas entre el retrato de Setdart y el conservado en el Museo del Prado: en ambas figuras, el terciopelo negro de sus trajes aparece guarnecido de pedrería preciosa y pasamanería en hilo de oro. Los níveos óvalos faciales, iluminados por un sutil arrebol, quedan enmarcados por una fina gorguera y una diadema de rubís y oro. Incluso la postura de las figuras y el gesto de sus manos coincide: Isabel sostiene un retrato de su marido y la niña posa su mano en un ramillete de flores.
Otra pieza digna de figurar en un museo, y que de hecho está a la misma altura que una versión de la misma, conservada en el Museo del Prado, es Retrato de Carlos III, rey de las dos Sicilias, del napolitano Giuseppe Bonito. La obra muestra a Carlos III ataviado con uniforme militar, portando además un casco y una bengala. En la pintura del Prado se puede apreciar un fondo que se abre al paisaje, mientras que en este caso se acentúa la atención a la figura, al destacarla sobre un fondo neutro. En ambos casos queda expresada la brillantez plástica del rococó napolitano, del que Giuseppe Bonito fue uno de los mayores exponentes. La impronta de su exquisito estilo queda patente en el colorido satinado de la suntuosa casaca de terciopelo, en los brocados en hilo de oro y en los finos encajes de las mangas.
La delicadeza de sus retratos abrió a Bonito las puertas de la corte napolitana, como pintor de la corte. Hacia 1745 retrató a Carlos VII de las Dos Sicillias, futuro Carlos III de España, y a su esposa la reina María Amalia de Sajonia en sendos retratos conservados también en el museo del Prado.
Deambulando por salas del Museo del Prado, en concreto, en las estancias dedicadas a la pintura flamenca del siglo XVII. En ellas encontramos una colección de pinturas con escenas protagonizadas por monos, un temario que trabajaron artistas como Pieter Brueghel y David Teniers el Joven. Al círculo de este último pertenecen los dos óleos sobre cobre (“Escenas costumbristas con monos”) que se licitan en nuestra colección de alta época en Setdart. Estas escenas de interior (monos comiendo, aprendiendo a tocar instrumentos, monos panaderos…) servían a los artistas para ridiculizar las necedades del hombre, pero en ocasiones también resaltaban sus aspectos más entrañables.
Siguiendo con las creaciones de pintores de cámara, véase el lienzo de Juan Carreño de Miranda Lactancia de San Bernardo, un tema que este insigne pintor de la corte de Carlos II trató con sutiles variaciones en un cuadro conservado en el Museo de la iglesia parroquial de la Colegiata de Pastrana. En este óleo, plenamente barroco en estilo y factura, se narra la escena de la vida del santo en la que se le apareció la Virgen para nutrirlo con su pecho. Se entabla un triángulo místico entre María, el Niño Jesús y el Santo. La riqueza de los matices cromáticos, la luminosidad del rompimiento de gloria y la ternura de los rollizos querubines son típicos del quehacer plástico del pintor.
Miranda contó con importantes clientes eclesiásticos, como la catedral de Toledo, además de ser pintor cortesano. Hoy está representado en los principales museos del mundo, desde el Hermitage al Louvre o el Prado.
La escuela bodegonista napolitana del barroco, muy apreciada dentro del mercado del anticuariado, así como entre los coleccionistas y los historiadores del arte, gozó de un espectacular desarrollo, dejando atrás los fastos del siglo XVI y progresando dentro de un estilo plenamente barroco en el que Gasparo López, junto a Tommaso Realfonso y Nicola Casissa, ocupó un lugar incuestionable.
Precisamente, es una pareja de floreros de Gasparo López (apodado Gasparo Dei Fiori) otra de las piezas a destacar dentro de las licitaciones en curso de Setdart del 20 y 21 de febrero. Los exuberantes ramos contrastan con los sencillos pretiles y jarrones que los acogen.
Cambiamos ahora de tiempo y de lugar para admirar un cuadro icónico del danés decimonónico Harald Jerichau, La llanura de Sardis, Asia Menor. En tema y composición, esta pieza angular del romanticismo danés sigue el mismo modelo que la pintura que Jerichau realizó en 1878, The Plain at Sardes, actualmente ubicada en el Statens Museum for Kunst, en Dinamarca.
Harald recurrió a esta vista en numerosas ocasiones y popularizó la escena, que ha llegado a convertirse en la portada de la biografía del artista, escrita por Birgitte Fink.
En ambas versiones, el sublime paisaje trasciende la pintura de género orientalista, adentrándonos en una atmósfera subyugante. La presencia de las columnas aporta un elemento documental, casi vedutista, pero la calidez cromática nos adentra en una panorámica de talante casi místico, proyectando una visión lírica de Turquía.
Como última pieza de nuestro recorrido por las grandes obras de nuestra galería de alta época, procedentes todas ellas de una colección privada que fraguó a fuego lento durante décadas de investigación contrastada y atinada selección, citemos un singular pastel de tema alegórico, de escuela francesa y periodo rococó, para el que el pintor se inspiró en los bodegones de Johann Rudolph Feyerabend. El simbolismo, el trampantojo y el virtuosismo se conjugan en esta enigmática naturaleza muerta.