Desde finales del siglo XIX, Paris se convirtió el destino predilecto de una larga saga de artistas catalanes que, desde Casas y Rusiñol, hasta Miró y Clavé pasando por Nonell y Casagemas encontraron en la capital francesa el terreno fértil de una revolución artística que arranca con los impresionistas hasta culminar con las vanguardias.
En este aspecto, la convulsión que supuso la guerra civil para España precipitó el inicio de una nueva etapa migratoria, en la que Paris se erigiría como principal destino de un gran número de artistas afines al bando republicano. Gracias al carácter aglutinador que en términos de intelectualidad y creación artística definió la escena cultural parisina desde mediados del siglo XIX, la ciudad recibió un aluvión de creadores procedentes de toda Europa, que atraídos por el desarrollo artístico sin parangón que capitanearon las vanguardias, cumplieron con su deseo de abandonar las prácticas artísticas de una sociedad finisecular anclada en el pasado. Los ismos que se sucedían a un ritmo vertiginoso hicieron de Paris el sueño de cualquier artista, llegando a concentrarse en ella el mayor número de creadores por metro cuadrado de todo el mundo.
De esta confluencia de artistas exiliados que, bajo la bandera de una absoluta libertad estética, se establecieron en Paris durante el periodo comprendido entre 1900 y 1940 nace la denominada escuela de Paris, cuyo nombre acuñado por vez primera en 1925 por el crítico de arte André Warnod, más que designar una corriente artística hegemónica, hace referencia a la posición de liderazgo que la ciudad alcanzó como capital mundial del arte occidental
Entre los múltiples artistas españoles cuya actividad se enmarca en la escuela de Paris, el de Emili Grau Sala es un caso especialmente singular. Lejos de sucumbir ante el dominio hegemónico de las vanguardias, Grau Sala rechazó adscribirse a cualquiera de los ismos que por aquel entonces gobernaban la escena artística internacional. Durante los 25 años que permaneció en Paris, desde su traslado al barrio de Montparnasse en 1936, jamás renunció a su estilo, defendiendo hasta las últimas consecuencias su fidelidad a una figuración colorista que pronto le dio a conocer como el sucesor del espíritu y los valores impresionistas.
En este sentido, las obras en licitación manifiestan la visión y actitud vital bajo la cual Grau Sala dio forma y vida a su arte. Al contrario que muchos de sus contemporáneos que como él, vivieron en pleno conflicto bélico, Grau Sala nunca ambicionó ser un cronista de su tiempo. De hecho, frente al horror de un tumultuoso contexto histórico, el artista de origen catalán construyó un auténtico canto a la vida en el que las escenas ociosas y cotidianas se tornan un auténtico refugio en el que aún queda espacio para la esperanza.
A través de sus pinturas embebidas en un hedonismo incondicional de naturalismo amable y poético en la estela de sus admirados Bonnard, Édouard Vuillard y Duffy, Grau Sala parece querer escapar de la realidad, recreando con cierta nostalgia un tiempo pasado y feliz, donde la vida aun podía ser un viaje de gozo. Con una pincelada ágil y un cromatismo intenso y vibrante que prescinde de los límites que impone el dibujo para dar cuerpo a las formas, el artista demostró una excelente capacidad a la hora de recrear la atmósfera elegante y vitalista de escenarios que, como los hipódromos, los espectáculos teatrales o los interiores domésticos, conformaron el corpus creativo más sobresaliente del artista. La delicadeza, gracia y finura que se desprende de ellos, sitúa a Grau Sala en la órbita de una pintura decorativa que con el postimpresionismo francés elevó sus valores plásticos a su máxima expresión.
En su obstinado propósito de construir una realidad antitética a los acontecimientos históricos, el artista nos brinda un universo creativo que bien podríamos extraer de alguno de los pasajes que Proust narra en su obra magna “En busca del tiempo perdido “de la que Grau Sala terminaría realizando una edición ilustrada.
Ni la Guerra Civil Española que lo mandó al exilio, ni la Segunda Guerra Mundial, ni la Francia ocupada por los nazis, ni el franquismo, ni la división del mundo en dos mitades irreconciliables pudieron oscurecer la obra de un artista que no cesó en su empeño de alcanzar un ideal basado en la captación armónica y lírica de la belleza, recordándonos que el lado más humano y bello de la vida también puede nacer y crecer en los tiempos más sombríos.