El paso del tiempo siempre ha sido uno de los enemigos constantes del ser humano. Grandes proezas como especie son nuestros monumentos y obras de arte, los cuales han sido creados con la intención de perdurar y sobrevivir a su propio tiempo, dejando de este modo un legado que perviva generación tras generación. En este sentido, el material que los compone es uno de los elementos esenciales para lograrlo siendo la piedra uno de los más idóneos.
Existe una roca, un tipo de alabastro singular, que sólo se encuentra en la región de Ayacucho, y cuya cualidad traslucida, así como por su maleabilidad, lo convirtieron desde el siglo XVI en uno de los materiales más apreciados por los coleccionistas, la Huamanga.
No tenemos constancia de que antes del período prehispánico esta roca fuera empleada por los nativos ya que los primeros ejemplos escultóricos en huamanga aparecen a finales del siglo XVI. Los gustos castellanos imprimieron su sello en la producción artística del virreinato, teniendo en cuenta el éxito que tuvieron otros alabastros europeos, como los de Malinas o los de Trapani. En esta época esculturas fueron tanto una fuente de riqueza como el vehículo para la expansión de la fe. Así pues, los temas religiosos de estas pequeñas estatuas ayudaron a la tarea evangelizadora de los colonos.
Al igual que en los alabastros europeos, se apostó inicialmente por una policromía sutil, siguiendo los cánones del Renacimiento. De este modo, primaba la textura blanquecina y traslucida de la piedra con pequeños detalles de color o dorado para las ropas o cabellos. Ejemplo de ello es este niño Jesús durmiente. En esta vanitas, el mineral logra todo su protagonismo y las pequeñas manchas de las vetas aportan un aspecto más realista a la piel del niño y a la calavera. Bastan los bucles dorados del pelo para resaltar el carácter divino del protagonista.
Uno de los rasgos más importantes que posee la huamanga es su maleabilidad. Esta capacidad permite tallar detalles con extrema minuciosidad como si de barro o cera se tratase. Una de las esculturas que se licitará el próximo día 19, y que mostramos a continuación, es una muestra perfecta de esta característica y podría afirmarse que es uno de los ejemplos de mayor calidad de la huamanga virreinal.
Esta piedad está tallada de un único bloque de piedra del que emergen las distintas figuras exentas. Su reducido formato no la exime de rigor en cuanto a la expresividad de gestos, rostros, musculatura o paños y telas que visten las figuras. La alta calidad de su talla evidencia la mano de un maestro que, desgraciadamente, permanece hoy en día en el anonimato. Los escuetos detalles dorados ceden la vista a una policromía que es combinada con la sutil aplicación de rubís. El ojo del espectador transforma propia gema en la sangre fluyendo de Cristo.
Podemos comparar esta escultura con la conservada en el Museo de América de Madrid. Si bien se trataría de dos esculturas de la misma escuela y época, en la segunda, la huamanga es visible sólo en las encarnaciones mientras que la policromía abarca la mayor parte de la superficie.
Durante el siglo XVIII observamos como la policromía adquiere un papel mayor dentro de la producción escultórica de la huamanga. Los colores vivos característicos de la escuela peruana contrastan notablemente con la delicadeza de la piedra, haciéndola lucir más opaca. De esta forma su apariencia pasa de tener un aspecto cristalino a asemejarse al marfil.
Las esculturas en huamanga fueron demandas por los coleccionistas españoles durante los siglos XVII y XVIII, atraídos principalmente por el carácter exótico y lejano de la piedra. Sin embargo, muchas se han perdido o han llegado a nosotros desvirtuadas por los daños recibidos por el paso del tiempo. Las tres piezas que hemos mencionado son un ejemplo excepcional, tanto por su estado de conservación como por su alta calidad escultórica. La relevancia histórica que representan las convierte sin duda en la clave de una colección y son pocos los museos, como el de América de Madrid o el de Pedro de Osma de Perú, que cuentan con ejemplos similares a los de nuestra próxima subasta, siendo, por tanto, el día 19 de septiembre una oportunidad irrepetible para los amantes del arte virreinal.