El cambio de paradigma que desde el siglo XV hasta el siglo XVII se desarrolló con la irrupción del Renacimiento, encontró en Italia el centro de referencia por antonomasia. Fue entonces cuando el resto de los países europeos fueron introduciendo las novedades venideras desde el país transalpino.
Para entender la idiosincrasia de este periodo artístico no podemos eludir la impronta determinante que dejó en la cultura europea su propio pasado clásico, palpable tanto en las ciudades medievales como en el espíritu de mecenazgo de la Iglesia y la aristocracia.
En este sentido el esplendor que vivieron las artes y las humanidades durante el Renacimiento, se debe en gran parte al papel de grandes mecenas que, como los Medici en Florencia, la familia D’Este en Ferrara, los Sforza en Milán, los Gonzaga en Mantua, o los Papas Julio II y León X impulsaron y financiaron la mayor parte de los magnánimos proyectos artísticos que se desarrollaron entonces.
Este exitoso modelo iniciado por las Cortes italianas del Siglo XV se convertirá, lógicamente, en el modelo que el resto de las cortes europeas instaurarán y amplificarán posteriormente. De este modo, la estancia de artistas italianos en estas cortes o, por el contrario, la presencia de artistas franceses, españoles o alemanes en las cortes italianas, propiciarán y dinamizarán el contacto e intercambios entre ambos “mundos”.
El manierismo de Fontainebleau
En este aspecto resulta paradigmático el caso de Francia, cuya corte adoptó el estilo más clásico del renacimiento italiano por voluntad de la férrea monarquía que gobernaba con mano de hierro. Las tensiones que durante las primeras décadas del siglo XVI surgieron entre diferentes potencias, favoreció la creciente relevancia del arte que reflejó entonces el inconmensurable poder propagandístico que podía desplegar.
El éxito en una batalla o en la prosperidad económica fue difundido y enaltecido mediante una producción artística que, de la mano del monarca Francisco I, vivió un periodo glorioso.
Fue entonces cuando, por petición del rey, llegaron a la corte francesa algunos de los eruditos más brillantes de su tiempo que como Leonardo Da Vinci, Rosso Fiorentino, Andrea del Sarto o Luca Penni fueron, en parte, los responsables de asentar los principios del Renacimiento en Francia. El epicentro de todo este gran plan se situaría en la residencia de Fontainebleu cuyo palacio, como en el caso de Versalles, serviría para cautivar y sorprender a los aliados, enemigos y súbditos, como un instrumento más del poder real.
Como hemos apuntado anteriormente, la antigüedad clásica sirvió de pretexto para dotar de prestigio y respaldo a las nuevas dinastías, rescatando, a través del arte, las formas y narraciones antiguas con las que, como en el caso de “Muccio Escevola ante el rey Porsenna”, acuden al glorioso pasado para ensalzar al monarca francés mediante la asociación con la figura del héroe (Muccio es comparado con el rey Francisco y el tirano Porsenna con el emperador Carlos V)
Estéticamente la obra sigue los rasgos característicos de la Primera Escuela de Fontainbleau cuyo refinamiento estético, complejidad compositiva y uso del cromatismo denotan el influjo que ejerció el Manierismo italiano en la conformación del arte que se desarrolló en Francia bajo el mandato de Francisco I.
El Barroco de Vouet
Una de las figuras claves del barroco francés es sin duda Simon Vouet. Gracias a su estancia en Italia y al profundo conocimiento que adquirió en relación con sus distintas escuelas, Vouet pudo aglutinar e incorporar a su obra, tanto la línea estética del clasicismo boloñés, como la teatralidad y el tenebrismo romano y napolitano.
En el caso de la obra que nos ocupa, se evidencian ambas corrientes, con especial interés en la tenebrista, cuya carga dramática se intensifica aquí gracias a los acentuados contrastes lumínicos.
El tema de carácter religioso está tratado con un alto grado de realismo en cuanto a su verosimilitud, sin embargo, la gestualidad y el escorzo del ángel nos conducen, tal y como es propio de esta temática, a un plano más elevado. El martirio de santa Catalina refleja una composición bien estudiada donde su figura ocupa todo el protagonismo. El resplandor del desnudo, así como la intensidad de su mirada provocan en el espectador una emoción directa que nos reafirma en su naturaleza espiritual. El éxito de este modelo y de su etapa romana quedan patentes en la existencia de una réplica de este cuadro, la versión del Museo de Bellas Artes de Estrasburgo.
Las dos pinturas que forman parte de la exposición y subasta, titulada “Antiguos Maestros” (17 de octubre 2023) marcan dos hitos dentro de la historia del arte francés ya que ambas conjugan a la perfección la importancia de las influencias italianas como punto de partida para dar luz a un arte con identidad propia.