Diferentes artistas han buscado aportar su visión en un tema tan pasional como el adulterio de Venus y Marte. Cada parte del mythos puede ser más adecuada para expresar algún tipo de enseñanza. La mentira, la lujuria o la vanidad están siempre presentes dentro del contexto de la escena, el resultado de esta desacredita los pecados dentro de una vida ordenada. Los poderes de los dioses y su superioridad sobre los hombres pasan desapercibidos ante algo tan humano como la pasión, la profunda atracción entre dos personas y el deseo que despierta entre ellas. Joachim Wtewael parece entender a la perfección estos sentimientos ya que logra plasmarlos en todas sus versiones.
Hay dos rasgos de la obra que debemos tener en cuenta para conocerla: su formato y su nivel de detalle. Estas dos características provocan una relación intimista entre el espectador y la obra. No podemos apreciar del todo la calidad de la pintura y su minuciosidad si no nos acercamos a la obra hasta casi rozarla con nuestros ojos. Contemplarla de esta manera nos convierte no sólo en un espectador, sino casi en un personaje. La inmersión provoca que no haya otro público que nosotros y los dioses que se sitúan alrededor de Venus y Marte. Somos entonces como Vulcano o Hermes, uno más del relato. Conseguir este poder de atracción en el espectador no es fácil, sin embargo, el éxito de Wtewael en este tema demuestra que lo resolvió como sólo un genio podría.
Esta versión autógrafa es la de mayor tamaño y quizá la que presenta una composición más elaborada. En la comparación vemos que la disposición de los elementos cambia entre las pinturas siendo, más que versiones, cuadros con una entidad propia, pese a que representen el mismo suceso concreto de la historia. Las obras, conservadas en los museos del Mauritshuis de la Haya y el Getty de los Angeles, presentan diferencias entre sí. Sin embargo, si son puestas en comparación, salta a la vista que son como el negativo de una fotografía, una réplica a la inversa de la otra al igual que un grabado.
Versiones del museo Mauritshuis y de la Colección Getty
Ciertos elementos tangibles son compartidos entre las tres versiones. ¿Por qué se repiten? A nuestro juicio son pistas que el autor ha considerado fundamentales para entender, no solo una iconografía, sino una moraleja. La coraza y las armas de Marte están en todos los casos tiradas junto al lecho. Esto nos indica cómo el amor nos deja indefensos. La condición de desnudez es explicita, tanto por el acto en sí como los sentimientos que evoca. El amor entre los dos les ha desprotegido y arrebatado aparentemente su condición divina.
El vino queda representado por una lujosa jarra en una mesa cubierta cercana a la cama. Vincular el licor y la embriaguez es recurrente en la historia del arte, su presencia en una escena alude directamente a los mismos efectos del vino. Actúa como desinhibidor y en cierta manera como afrodisiaco, provocando que los deseos más profundos salgan a la luz. Como diría el dicho latino “et in vino veritas”.
El sentido que cobra la pintura gracias a detalles como estos sería que el amor se acaba por imponer sin tener en cuenta las propias reglas, su poder arrasa con nuestras defensas dejándonos completamente desnudos. La sorpresa, la vergüenza y la sensualidad son tres conceptos que calan de forma inmediata en nosotros con un solo vistazo. La verdadera profundidad de la pintura traspasa la sensualidad de su contenido, la pasión como expresión del amor y éste como fuerza arrolladora.