La oda a los valores pictóricos que proclamó la abstracción postpictórica encuentra en las pinturas monocromas de Joseph Marioni un magnífico heredero.
Entre los pintores que el artista estadounidense Joseph Marioni reconoce admirar, se encuentran Matisse, Bonnard, Van Gogh, O’ Keeffe o Marc Rothko… Pese a que a priori puede parecer que no existe ningún punto de unión entre la disparidad de sus estilos, la realidad es que todos ellos vertebraron su obra bajo un particular tratamiento de la luz y el color. Este es también el caso de nuestro protagonista, cuya trayectoria, vinculada al grupo Radical painting de New York, nos revela una honda reflexión acerca de la interacción de la luz y el color.
El término Radical painting tiene su origen en el contexto de la exposición realizada en 1984 en el Museo Williams College de Williamstown, en la que se abordaba la práctica de un arte autorreferencial cuyas principales preocupaciones derivan de aquellos conceptos que, como el color, la superficie o la estructura son inmanentes al acto pictórico. Las pinturas monocromas que dominaron la producción de los artistas de la Radical Painting hunden sus raíces en la tradición de la abstracción postpictórica de los años 50 y 60, acercándose a los preceptos del Minimal Art, pero también a las tendencias constructivistas y supremacistas de las vanguardias históricas. De esta manera, nació una pintura que sustituyó al expresionismo abstracto en los años sesenta, una pintura que lejos de esconder algún mensaje místico o religioso existe por sí misma.
Estas influencias arraigaron con fuerza en la formación artística de Marioni, cuya obra es, en términos estilísticos, heredera directa de esta tradición abstracta que desde que irrumpiera en el panorama artístico ha ejercido una indudable atracción en generaciones posteriores de artistas que aún hoy en día siguen bajo su órbita.
De hecho, a partir de los años setenta, Marioni centrará sus investigaciones en la exploración de los limites de la pintura que llevará a cabo mediante sus características pinturas monocromas. En ellas, y como sucede en la pieza que os presentamos, acontece una tensión especial entre el color, la luz y el soporte que logra gracias un proceso técnico mucho más complejo de lo que a priori puede parecer.
Bajo la consideración del color como “el instrumento más directo de la pintura” Marioni se sirve de diversidad de instrumentos, como rodillos, espátulas e incluso sus dedos, para aplicar múltiples capas de pintura satinada . Superponiendo una tras otra, el artista logra otorgar a la superficie pictórica un acabado translucido que, según la incidencia de la luz y la posición del espectador, deja al descubierto las capas y matices cromáticos subyacentes.
En este sentido, la contemplación pausada de su obra se convierte en parte imprescindible de la misma, pudiendo obtener mediante ella, una comprensión más profunda del color y de una naturaleza cambiante que se encuentra sujeta por completo a las fluctuaciones de la luz y de nuestra percepción.
Sus lienzos, reverberantes de “luz líquida” encarnan, por tanto, complejidades mucho más profundas relacionadas de forma directa con el propio concepto pictórico cuya esencia más pura y auténtica debe surgir de los valores que le son intrínsecos. Su obra es por tanto un alegato a la sensibilidad minimalista y conceptual pero, por encima de todo, una auténtica celebración de luz y color.