Los caracteres griegos que encontramos en algunas de las obras maestras del Museo del Prado son el ejemplo más claro de orgullo, tanto de su origen como su oficio: Δομήνικος Θεοτοκόπουλος. La historia ha decidido apodarlo como “el Greco” por su nacimiento en Creta; allí asimiló la tradición del icono bizantino y posteriormente el gusto veneciano de Tiziano y Tintoretto. Estas dos influencias se reunirían en un estilo propio, sin comparación en Europa. Esta característica maniera avanzaba una modernidad que tardaría siglos en llegar, sin embargo, la huella de su genio caló en sus discípulos.
El volumen de sus encargos al igual que las dimensiones de muchas de sus obras dan fe de que el artista precisaba de colaboradores que le permitieran abordar trabajos colosales. Los más aventajados serían Jorge Manuel, hijo del artista, y el toledano Luis Tristán. Este último conseguiría en vida una reconocida reputación ya que, durante su juventud, en el taller del Greco logró un parecido tan alto con las obras del maestro que, en algunos casos, hasta le fueron atribuidas. Su estilo cambió tras sus años de estancia en Italia con apenas veintiún años. De vuelta a Toledo su forma de pintar había tornado hacia un naturalismo caravagista, alejándose de la estética manierista, pero sin olvidar parte del bagaje aprendido de su juventud a la sombra del genio cretense.
Esta dualidad de estilos podía manifestarse al mismo tiempo en un cuadro, decantándose en mayor o menor medida por uno, según los gustos del cliente o según los recursos que le convinieran mejor para cada obra en concreto. Es, por tanto, un autor versátil gracias a sus influencias e igualmente con una gran creatividad a la hora de crear modelos propios. Sus composiciones fueron replicadas tanto por su taller como por sus seguidores. Este hecho prueba que el legado de su estilo y sus obras han perdurado hasta nuestros días. Setdart ha presentado en estos últimos años varias obras notables de Luis Tristán, destacando en la próxima subasta el “San Jerónimo penitente”.