Las vanguardias y el arte contemporáneo han abanderado el concepto de libertad creativa en el arte, pero fue el impresionismo la corriente estética que originó una ruptura con los preceptos de la academia y asentó las bases de una revolución artística fundamentada en el color y la luz. Cautivos de su propia época, los pintores impresionistas aceptaron la vertiginosidad de su tiempo elevando la pintura y desvinculándola de una visión completamente anacrónica e institucional.
Durante el siglo XIX, Francia experimentó una fuerte industrialización y un desarrollo urbanístico que supuso grandes cambios en la sociedad. Este hecho provocó que los artistas buscaran más allá de sus talleres, inspirándose, tanto en el paisaje urbano como en un concepto más idílico representado por la vida en el campo. Además, la industrialización favoreció el desarrollo de nuevos materiales y técnicas que permitieron a los artistas salir al exterior y capturar escenas con una mayor rapidez y espontaneidad. Los avances técnicos acrecentaron el interés por el estudio de la luz, redescubriendo el paisaje a través de una visión sensorial que favoreció la creación de múltiples versiones de una misma escena mediante las cuales podían capturar los fenómenos atmosféricos que se sucedían a lo largo del día.
El próximo 18 de diciembre, Setdart desvela por primera vez en el mercado un lienzo cuya enigmática e incierta autoría aúna todos aquellos valores plásticos que hicieron del movimiento impresionista una autentica rebelión artística.
La historia que se esconde tras ella, así como los resultados de los análisis realizados permiten situar la obra en el marco cronológico correspondiente al movimiento impresionista. En este sentido, las investigaciones en torno a la trazabilidad de la pieza nos llevan hasta 1921, año en el que nuestra obra fue trasladada desde Francia a España por herencia de Don Fernando de Orleans, bisnieto del último rey de Francia.
Por otro lado, el análisis de pigmentos nos descubre una capa de imprimación que se corresponde con la utilizada por Pissarro, Monet o Manet, de igual modo que los pigmentos elegidos por el autor, entre los que destacan el blanco de cinc o el amarillo de cromo. La aplicación del color se estructura como es habitual en la pintura de herencia puntillista, en forma de superposiciones de capas pictóricas o pinceladas dadas con gran rapidez, sin dejar secar las capas previas. Por ultimo y como dato revelador, la abrasión situada en la esquina inferior izquierda sugiere que la pieza pudiera estar firmada en origen.
Sin embargo, lo realmente apasionante de este caso es la cercanía tanto compositiva como temática con la famosa pintura “La Bergère rentrant des moutons”, creada por Pissarro en 1886. Famosa por protagonizar uno de los litigios más relevantes del siglo XX. La historia de “La Bergère rentrant des moutons” se remonta a los años 40 cuando Gaston Lévy, coleccionista francés, vendió la pintura a Théophile Bader, fundador del Groupe Galeries. Posteriormente, acabó formando parte de la colección de Yvonne Meyer. Sin embargo, y pese a asegurar su colección cuando las fuerzas nazis atacaron a familias judías de Francia confiscando sus obras de arte, la agencia de investigación financiera alemana en París terminó por apoderarse de la colección Meyer.
En 1956, las galerías David Findlay de Nueva York adquirieron La Bergère a través de un marchante de arte de Ámsterdam. Un año después fue vendida a la coleccionista Clara Weitzenhoffer, cuyo legado fue donado al Museo de Arte Fred Jones Jr. de la Universidad de Oaklahoma, dando inicio a un litigio referente a la propiedad de la obra que continúa hasta la actualidad.
A día de hoy, y a pesar de la notoria leyenda que envuelve a “La Bergère rentrant des moutons”, no se conoce ninguna versión similar creada por Pissarro. No obstante, la obra que presentamos, con sus vínculos evidentes con los métodos, materiales y estilo de Camille Pissarro, así como por su conexión temática con la obra a la que hacemos referencia, no permiten rechazar de forma irrefutable, la posibilidad que nos encontremos ante una pieza de la mano del maestro impresionista. De hecho, la combinación de elementos técnicos, históricos y estilísticos refuerzan la hipótesis de que esta obra representa no solo un testimonio valioso de su época y del movimiento impresionista, sino que también podría tratarse de una auténtica contribución al legado artístico de Pissarro.